El 7 de diciembre se cumplen dos años de vigencia de la Ley de Consulta
Previa en el Perú. Lo que en un momento fue considerado un hecho histórico de
reconocimiento de los derechos de los pueblos indígenas del país y la
institucionalización del diálogo con un sector históricamente postergado, es
visto ahora con desconfianza y hasta desánimo por parte de los diferentes
actores involucrados, no obstante los avances normativos y técnicos logrados
hasta el momento. Existen varios motivos para ello, pero resalta uno que es,
finalmente, el verdadero quid del asunto: llegamos a este segundo aniversario
de la Ley de Consulta Previa sin haber realizado ni una sola consulta de
actividades mineras y sin expectativas de que ello vaya a suceder pronto. En
tanto, el Ministerio de Energía y Minas sigue aprobando entusiastamente decenas
de proyectos mineros.
No pretendo entrar a un debate jurídico en esta oportunidad, sino
llamar la atención sobre una serie de elementos que considero importantes para
recuperar y relanzar esta importante reforma en el sector minero. Los derechos
de los pueblos indígenas, la necesidad de preservar la diversidad cultural que
es una de nuestras principales riquezas y la propia sostenibilidad de una serie
de proyectos e iniciativas públicas y privadas que contribuyen al desarrollo
del país en su conjunto, son motivos más que suficientes para hacer el esfuerzo
de construir un nuevo consenso político.
Sí hubo un consenso.
Luego de los trágicos sucesos de Bagua, se inició en el país un proceso
político con la finalidad de implementar la consulta previa como mecanismo para
incluir de manera efectiva a la población indígena en la toma de decisiones
estatales. Al mismo tiempo, como parte del contexto electoral presidencial y el
debate sobre las actividades extractivas en un escenario de aguda
conflictividad social, se planteó la necesidad que el Estado tenga una
presencia efectiva en el desarrollo de los proyectos (especialmente mineros),
modificando el modelo de relacionamiento privado entre empresas y comunidades.
La consulta previa fue el mecanismo previsto para llevar adelante esta tarea
[1].
A aprobación por unanimidad en el Congreso de la Ley de Consulta Previa
fue la mejor expresión del consenso existente sobre la importancia de esta
reforma. Y fue un consenso compartido hasta ese momento por los partidos
políticos, organizaciones indígenas, sectores empresariales, organizaciones de
la sociedad civil y entidades estatales del Ejecutivo y otros organismos
autónomos como la Defensoría del Pueblo, el Tribunal Constitucional y los
gobiernos regionales.
El fin del consenso
Sin embargo, esta situación duró poco. Una serie de factores políticos
e institucionales dieron fin a un consenso que, visto ahora, parece
extraordinario.
El cambio en la posición política del Ejecutivo a raíz del conflicto en
Conga, que trajo como consecuencia el ingreso de actores claramente contrarios
a los derechos de los pueblos indígenas como el ministro Jorge Merino y otros
funcionarios con discursos públicos supuestamente favorables, aunque
internamente estuvieron dedicados a conspirar contra esta reforma; la
desconfianza del sector empresarial minero que dejó de lado sus preocupaciones
sobre las mejores condiciones sociales para el desarrollo de los proyectos para
pasar a una preocupación por la demora en el otorgamiento de autorizaciones
estatales; la ‘desilusión’ de un sector de las organizaciones indígenas que
esperaban un derecho a la consulta que significara la posibilidad de vetar las
actividades extractivas; y también los intereses de ciertos expertos indígenas
en impulsar su propia agenda y sus ‘modelos de consulta’ [2] , nos han llevado
a un escenario en el que ninguno de los actores con interés directo en esta
reforma manifiesta mayor voluntad para impulsarla.
A ello se suma la debilidad institucional de la entidad pública
encargada del tema. No creo exagerar si afirmo que, más allá de la calidad
profesional y artística de los diferentes ministros y ministras de Cultura, así
como de sus buenas intenciones con respecto al tema indígena, ninguno ha
desempeñado hasta ahora un rol político relevante desde el Poder Ejecutivo para
que la agenda de los pueblos indígenas forme parte de las preocupaciones
fundamentales del país. Y por supuesto, en el caso del Viceministerio de
Interculturalidad, quienes dirigimos este proceso hasta julio del año 2013,
tenemos una gran responsabilidad por no haber logrado reimpulsar una plataforma
consensuada para avanzar en la consulta minera mientras las discrepancias con
los diferentes sectores continuaban y tal vez hasta se agravaban.
Dos aspectos permiten ilustrar esta situación: la base de datos de
pueblos indígenas y la consulta de proyectos mineros. En ambos casos, las
posiciones no pueden ser más divergentes.
Con relación a la base de datos, el ministerio de Cultura estableció
los criterios técnicos para la identificación de pueblos indígenas conforme lo
establecido por el Convenio 169 de la OIT, lo que permitió reconocer la
condición indígena de las comunidades campesinas quechuas, aymaras, uros y
jaqarus.
No obstante ello para el presidente Humala, su esposa, prácticamente
todo el gabinete y la mayoría de empresas mineras, las comunidades campesinas
andinas no tienen condición indígena a pesar de que la mayor parte de éstas
cumple con los criterios establecidos por la normatividad internacional y
nacional. Mientras por el lado de las organizaciones campesinas y las
instituciones de la sociedad civil que las acompañan, todas las organizaciones
rurales andinas y costeñas deberían ser consideradas indígenas, aunque no
cumplan los criterios que permiten identificar a un pueblo indígena como tal.
Respecto a la consulta minera, las posiciones también son completamente
discordantes. En este debate, el ministerio de Cultura brindó información al de
Energía y Minas sobre la condición indígena de las comunidades campesinas
ubicadas en el ámbito de más de 40 proyectos mineros, lo que conlleva la
obligación de llevar adelante el proceso de consulta de manera previa al
desarrollo de las actividades.
Sin embargo, este sector ha considerado que iniciar una sola consulta
minera en la zona andina pone en peligro todo el desarrollo de las actividades
mineras, además que al ‘no existir’ comunidades campesinas indígenas, no es
necesario realizar consultas. Lamentablemente esta posición ha sido apoyada por
todo el Poder Ejecutivo, que ha incorporado a su lenguaje cotidiano el concepto
de ‘traba’ para referirse a la consulta previa y otros mecanismos de
salvaguarda ambiental y social. En el caso de algunas organizaciones indígenas
y sus aliados, se plantea la revisión de todas las concesiones mineras
otorgadas desde 1995 con la consiguiente cancelación de proyectos, así como la
realización de la consulta de manera previa al otorgamiento de las concesiones,
ello en el entendido que así se evitará el ingreso de nuevas empresas.
Dos buenos ejemplos de este escenario de discrepancia son el proyecto
minero Angostura ubicado en Apurímac, cuyo Plan de Consulta fue ‘cancelado’ por
el MINEM, sin que hasta el momento ninguna organización indígena o sus
organizaciones aliadas haya planteado alguna observación legal o administrativa
al respecto; y el proyecto minero Cañariaco, ubicado en Lambayeque, en el que
para beneplácito del ministerio de Energía y Minas, la comunidad campesina
indígena San Juan de Cañaris – siguiendo el consejo de sus asesores – optó por
recurrir directamente a instancias supranacionales, obviando plantear los
recursos legales y administrativos considerados en la legislación interna, lo
que hubiera obligado a un pronunciamiento definitivo del MINEM y, por supuesto,
del ministerio de Cultura como ente rector en materia indígena.
Por un nuevo consenso
El actual estado de cosas perjudica a todo el país. No solo a las
comunidades campesinas que todavía no pueden ejercer el derecho a la consulta
ni son incluidas en la base de datos, sino a las propias empresas mineras que
implementan y avanzan con sus inversiones sobre arenas movedizas políticas,
sociales y jurídicas.
Llegados a este punto, o
iniciamos la tarea de construir un nuevo consenso político para llevar adelante
la consulta previa en el sector minero, abriendo de esta manera el camino para
consolidar esta reforma, o simplemente seguimos en nuestras trincheras,
mientras los pueblos indígenas amazónicos y andinos siguen esperando.
Por: Paulo Vilca
Puno, diciembre del 2013.
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