Días atrás, el ministro del Ambiente, Manuel Pulgar-Vidal,
dedicó buena parte de su artículo “Los dilemas de la Tía”, publicado en El
Comercio el 24 de mayo, a describir mis propuestas de un posextractivismo, para
enseguida criticarlas y descalificarlas.
Comencemos por aclarar que extractivismo y minería
(o explotación petrolera) son dos conceptos distintos. Los extractivismos, en
plural, son apropiaciones de grandes volúmenes de recursos naturales, en que la
mitad o más son exportados como materias primas. Por lo tanto, no todas las
actividades mineras califican con ese tipo de apropiación, una diferenciación
que la nota del ministro confunde una y otra vez. Esto hace que el
posextractivismo no se oponga a la minería, sino que propone poder dejar atrás,
de una vez por todas, el papel de ser meros proveedores de commodities. Esto se
busca por medio de transiciones, bajo condiciones democráticas y defendiendo la
información y participación ciudadana.
Cuando se presenta ese objetivo, las críticas
comunes son tildarlo de romántico, “ideológicamente” sesgado o carente de
“datos duros”, y como no serían alternativas “serias”, no hay más remedio que
seguir siendo vendedores del patrimonio natural, y aceptar todas sus cargas de
impactos. Esas ideas, que están en la nota de Pulgar-Vidal, carecen de fundamento.
Tampoco es cierto que el posextractivismo quiera
limitar las inversiones. Muy por el contrario, busca alentarlas, pero bajo
regulaciones sociales y ambientales, para no caer en la trampa de los
especuladores y para promover reconversiones hacia modos de producción
sustentables. Se busca desactivar los subsidios perversos y escondidos, donde
dineros nacionales cofinancian empresas extranjeras, y en cambio montar
subsidios legítimos para apoyar emprendimientos nacionales.
Cuando el posextractivismo cita modelos económicos
para reformar la carga tributaria no es ni una locura ni una radicalidad de la
vieja izquierda. Por el contrario, la idea de impuestos a las sobreganancias se
discutió intensamente en la última campaña electoral en el Perú, y era
defendida, por ejemplo, por el gobierno francés de Nicolas Sarkozy y por el
billonario George Soros. Bajo la perspectiva de la nota de Pulgar-Vidal,
debería pensarse que Sarkozy y Soros serían simpatizantes de Tierra y Libertad,
tendrían “posición ideológica” en la izquierda “bucólica”, y serían
ahuyentadores de inversores.
El ministro cuestiona que los posextractivistas
quieran planificar la inversión en atención a la estabilidad de un país por
encima de la rentabilidad empresarial. ¿Pero no debe ser el gobierno el primero
en velar por la estabilidad económica nacional? ¿Atender primero a los balances
de tal o cual empresa no pone en riesgo la autonomía nacional? El
posextractivismo tiene una respuesta clara: se debe recuperar ese papel en el
Estado.
Desde otro flanco, Pulgar-Vidal critica al
posextractivismo desde una defensa de acuerdos de libre comercio como la
Alianza del Pacífico. Allí hay una confusión conceptual, ya que no es lo mismo
un acuerdo de liberalización comercial que un proceso de integración. Y además
hay un olvido político, ya que los extractivismos imponen dependencias
económicas.
A diferencia de lo que dice Pulgar-Vidal, el
posextractivismo tiene claro que la recomposición de la integración no puede
repetir los problemas de la Unasur o del Mercosur. Busca, en cambio, articular
cadenas agropecuarias e industriales entre países vecinos, en procesos que en
cierta medida se asemejan a los modos más positivos de la integración europea.
A juzgar de lo escrito por el ministro, no hay nada que aprender de la
integración europea, y, en cambio, el futuro del país será de un eterno
exportador de materias primas.
Se llega así a un último aspecto que entiendo es el
más revelador en la nota del ministro: en su artículo no presenta ningún
argumento ambiental. Impacta que defienda la necesidad e inevitabilidad de los
extractivismos solo por consideraciones económicas, y que además son externas
al Perú (inversiones o TLC). Nada se aporta sobre daños o soluciones
ambientales.
Esto no es raro. Es que los actuales extractivismos
tienen impactos tan negativos, que pocas veces tienen soluciones tecnológicas,
y, por lo tanto, no son defendibles desde una análisis ecológico serio (y por
ello se evitan las revisiones independientes de los estudios ambientales). Se
cae en una curiosa situación, que se repite en países vecinos, donde un
ministro del Ambiente hace defensas económicas o se enfoca en cuestiones
globales (como el cambio climático), esquivando las duras decisiones
nacionales.
Para evitar todo esto, necesitamos explorar
condiciones de salida a los extractivismos. Si un ministro del Ambiente está
comprometido con el respeto a la naturaleza y el aprovechamiento de los
recursos naturales en primer lugar para las necesidades nacionales, debería ser
el más interesado en acompañarnos en esa tarea, en lugar de impedirla.
Eduardo
Gudynas
Investigador
del Centro Latino Americano de Ecología Social (Claes), Uruguay
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